Sin título de Álvaro Manof
Interior WC. Mediodía. Despierto. Tengo un pie lleno de pelos a dos centímetros de mi cara. Lo aparto con cara de asco. Estoy desnudo en una bañera con restos de confetti pegado al cuerpo. Él también. Me asusto de lo que haya podido pasar. Hay una chica, también desnuda, tirada en el suelo. Duerme con la cabeza apoyada en el retrete. Se me quita un poco el susto. Siempre he querido hacer un trío. No recuerdo como he llegado aquí. ¡Qué malas son las drogas!
Flashback. Dos días antes. Interior estación. Atardecer. Espero sentado en un banco. A lo lejos veo llegar a Paloma cargando una maleta enorme. Parece que en vez de tres días vaya a pasar una vida entera conmigo. No me importaría en absoluto. De hecho, nada me haría más feliz.
Sin título de Álvaro Manof
Flashback. Diez años antes. Primer día en un colegio nuevo. Caras desconocidas. Un pelirrojo que me escupe en los zapatos y dice: el nuevo es un hijo de puta. Todos ríen. Intento no llorar. Paloma se acerca. Sonríe. Dice: No les hagas caso. Son unos críos. Pongo cara de nomeimportaenabsoluto, aunque me importa y me duele. Me duele mucho. Soy Paloma, dice… y me enamoro de ella al instante.
Volvemos al WC. Tengo la boca pastosa. Bebo restos de una lata de cerveza. Sabe a ceniza y colillas y babas. No ayuda. Intento recordar algo de la noche anterior. Imágenes confusas: Paloma. El tiovivo de Montmartre. Limonada. Un zapato volador. El sonido del agua del río. ¿Truco o trato? Pastillas. Luces de colores. Sirenas en el Sena.
Sin título de Álvaro Manof
Flashback. Exterior estación. Atardecer. Arrastro la maleta de Paloma por calles de adoquines. Sonrío como un tonto. Está más guapa que nunca. Al verme me ha besado en la boca. No he sabido reaccionar. Llegamos a casa. Dejamos la maleta y caminamos por París cogidos de la mano. Hablamos. Reímos. Nos besamos. La felicidad debe ser algo muy cercano a esto. Nos subimos al tiovivo de Montmartre. Compramos una baguette, ocho variedades distintas de queso, y hacemos un picnic junto al Sena. Anochece. Volvemos a casa. Nos duchamos y hacemos el amor como locos en todos los rincones posibles. Me clavo la sartén para hacer crepes en la columna, pero me da igual. Sudor. Saliva. Dos, tres, cuatro orgasmos. Bebemos todos los restos de alcohol que quedan en casa. Recorremos los bares de moda. Cantamos a voz en grito Atomic de Blondie. Saca dos pastillas. Me obliga a decir truco o trato si quiero una… elijo trato. Pastilla azul. Sudamos. Nos besamos. Bebemos. Bailamos en los peores tugurios de la ciudad. Es la mujer de mi vida. Grito truco con todas mis fuerzas. Me da una pastilla blanca. Ella esnifa coca. Polvo eres y en polvo te convertirás. Corremos por las gigantes avenidas parisinas emulando nuestra secuencia favorita del cine frances. Le digo: Je n’aime que toi. Ella responde: Petit pervers, où as-tu mis tes doigts. Reímos. Un coche casi me atropella. Pitan. Ella se levanta la camiseta y enseña las tetas gritando C’est la revolution. Un frenazo. Gritamos a la vez. Un zapato de tacón volando a cámara lenta. Sangre. Lágrimas. Todo se nubla. Sirenas en el Sena. Luces de colores. Delta Charlie Delta. Me asusto. Huyo. Corro llorando por barrios desconocidos. Vuelvo a la discoteca. Bebo. Lloro de dolor y rabia y desconsuelo. ¿Por qué tiene que terminar ahora que estábamos aprendiendo a ser y no sólo a estar? Suena su canción. Pierdo la consciencia. Despierto en una bañera con restos de confetti…
Relato publicado originalmente en el proyecto Postcards from Paris
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