Sentimentiras de Amparo Balsas
Las manos le tiemblan. Parece que todo el hielo del polo se haya condensado en un solo punto cardinal, sus manos... huesudas, pálidas y con unas uñas mordisqueadas hasta el límite, hasta producirle dolor, un dolor mayor que el que ya siente, un dolor que mate a otro dolor hasta que su sufrimiento acabe por acabar con ella. Sus manos rojas, despellejadas, tiritan, se retuercen... las venas sobresalen moradas ante tanta blancura y en las muñecas una rojez rodea las esposas. Son unos pocos pasos, tan sólo ciento siete los que la separan de la vida, los que la llevan a la muerte. Ella se lo ha buscado. Da igual si es inocente o culpable. Es la ley y se debe cumplir. Vela por nuestra seguridad, pero... ¿quién vela por esa mujer que llora inmóvil en el paso cuarenta y cinco incapaz de dar uno más? ¿Quién vela por esa mujer que abraza el brazo de su carcelera y grita: ¡Tengo miedo!? Sabe que se dirige a su fin, a ella que nunca le gustaron los finales, que siempre se salía del cine antes de que acabaran los musicales. Está inmóvil, atada a una tabla como un animal, con la capucha negra y la soga al cuello, llora, grita, se retuerce de terror. La muerte entra por la puerta y asciende la escalera que lleva a la tarima, esa tarima en la que, de un momento a otro, se abrirá un abismo, un abismo del que ella cuelga inerte para siempre.
(Inspirado en la película Bailar en la oscuridad de Lars Von Trier)
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